Yoga no se trata de NO sentir, sino de aprender a sostener
Te quiero compartir una historia especial, la historia de cómo guié mi primera clase de meditación en inglés en India.
Era una tarde tranquila de viernes de enero, en Rishikesh. Los rayos suaves del sol invernal entraban por las ventanas del Salón Samadhi Mandir del aśram Parmarth Niketan. Acababa de terminar la clase de āsanas y esperábamos al profesor de meditación. Recuerdo que pensé: “Qué raro, aquí siempre empiezan puntuales”.
Los minutos pasaban lentamente y los alumnos comenzaban a inquietarse. Miradas de confusión y algunas conversaciones en voz baja. Me acordé que tenía el número de uno de los profesores y decidí llamarlo. Pero no hubo respuesta.
Algunas personas empezaron a retirarse justo cuando, finalmente, apareció el profesor en la puerta. Lucía agitado y algo preocupado. Nos dijo rápidamente que no podría hacer la clase debido a un compromiso urgente. “Pueden meditar solos”, sugirió, “es bueno hacerlo en grupo, la energía se amplifica meditando en conjunto y sobretodo en este sagrado lugar aunque no sea una clase guiada”.
EL llamado interior y superar el miedo
En ese instante sentí algo en mi interior, una voz interna que me decía que era el momento. Me levanté rápidamente, casi impulsivamente, y lo alcancé antes de que desapareciera entre medio de los árboles del aśram. Con el corazón ansioso, le pregunté si podía guiar yo la meditación. Él me miró sorprendido pero aliviado, y con una sonrisa amable respondió: “¡Claro! Pregúntales y, si quieren, adelante”.
En ese instante caí en cuenta de algo obvio pero crucial: ¡la clase tendría que ser en inglés! Nunca antes había guiado una meditación en otro idioma frente a un grupo. Sentí cómo mi frente comenzaba a transpirar suavemente, esa clásica señal de nervios en mi cuerpo que siempre me recuerda respirar profundo.
Me dirigí al grupo, personas de todas partes del mundo, y les expliqué la situación. Algunos alumnos que ya estaban saliendo les llamó la atención la nueva propuesta y decidieron quedarse. Respiré profundo una vez más, saludé con una sonrisa mientras me presentaba y comencé.
“Por favor, cierren sus ojos”, dije, y agradecí internamente que ese gesto me ayudara a tranquilizarme también a mí. Poco a poco, mi voz comenzó tomar firmeza y comencé a fluir con las indicaciones, optando por una meditación en chakras, una práctica cómoda y profunda, cercana a mi corazón.

Mientras hablaba, sentí una lucha interna que surgía: una voz negativa me decía cosas autosaboteantes como “¿cómo es posible que te pongas nervioso si eres un maestro de Yoga?”, “los alumnos no van a entenderte”, “no van a conectar y quedarás mal en el ashram”. Pero respiré profundo y recordé que el Yoga precisamente me había enseñado a observar estos pensamientos sin juzgarme ni empeorar la situación. Simplemente dejé que fluyeran, sin alimentarlos y continué guiando la meditación con amabilidad hacia mí mismo y hacia los demás.
A medida que avanzaba la meditación, sentía cómo la energía del salón me sostenía, dándome confianza. Fue hermoso notar cómo la gente se sumergía en la experiencia, y se comenzó a sentir la energía colectiva dentro de la sala, una sensación muy poderosa. Al finalizar la clase, pude observar la conexión interna en las miradas serenas y profundas de cada participante, la clase salió hermosa y se generó un momento de mirar hacia el interior, incluso algunas personas se acercaron para hacerme preguntas y compartir cómo habían conectado. Nadie pareció notar aquella inseguridad inicial, ni la transpiración en mi frente.
Esta experiencia me recordó una enseñanza profunda del Yoga: tener miedo o sentir nervios no es algo malo, es parte natural de nuestra humanidad. El Yoga nunca busca que eliminemos estas emociones, sino que nos brinda herramientas para abrazarlas y observarlas con amor y comprensión. Así como los guerreros (vīrabhadras) del Yoga enfrentan sus batallas internas con valentía, nosotros también podemos enfrentar nuestros miedos y dudas reconociéndolos como maestros en nuestro camino de crecimiento.
El nerviosismo no significa que algo esté mal; al contrario, es una señal hermosa de que estamos vivos, creciendo y atreviéndonos a superar nuestros límites. Gracias a esta experiencia, aprendí a llevar esos momentos con amabilidad y paciencia hacia mí mismo, honrando cada parte del proceso y disfrutando profundamente la riqueza de esta aventura humana llamada Yoga.
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